26 nov 2017

1982- MIRACLEMAN - Alan Moore, Rick Veitch (3)


(Viene de la entrada anterior)

Cuando Alan Moore y Alan Davis abandonaron la revista “Warrior” en su número 21, unos pocos meses antes de la cancelación de la cabecera, no sólo dejaron a los lectores con un cliffhanger, sino que éste, además, era el clímax de la confrontación Marvelman-Gargunza. Por suerte, Moore pudo continuar la historia, como he dicho, en Estados Unidos, ya en la editorial Eclipse, por lo que los aficionados sólo tuvieron que esperar alrededor de un año para ver la conclusión. Desgraciadamente, Alan Davis ya no se unió al equipo.


La última entrega conjunta de los dos Alan narra en seis páginas el encuentro de héroe y villano. Pero no estamos aquí ante un enfrentamiento típico del tipo de los de Superman y Luthor o del Capitán Marvel y Sivana, en cuyos casos veríamos puñetazos, robots, rayos láser y grandes máquinas, todo ello acompañado de abundante tecnocháchara. En cambio, en Miracleman tenemos un mínimo intercambio verbal y una transformación sorpresa. Resulta que “¡Kimota!” no era una palabra mágica sino un mecanismo psíquico que activaba el cambio de cuerpo del héroe. Gargunza tenía su propia palabra para hacer desaparecer a Miracleman y sustituirlo por el enclenque Mike Moran: “Abraxas”, un vocablo que alude al concepto gnóstico de divinidad superior. Pero Gargunza no acaba ahí: al pronunciar las palabras “Lobo Estepario”, su cachorrito se transforma en un enorme y agresivo animal verde, el “Miracleperro”, como lo llama jocoso el villano, listo para encargarse de Moran.

Y aquí es donde el serial original de Miracleman en “Warrior” se cortó. Al reanudarse en formato comic-book con el sello de Eclipse (y el nº 6 en la portada. Recordemos que los cinco anteriores fueron
reediciones coloreadas de lo publicado en la revista británica), los lectores no pudieron sino sentirse decepcionados ante el cambio de dibujante. Chuck Beckum era entonces un joven artista –de hecho, debutó con estos números de Miracleman- que carecía del talento de Alan Davis y de la capacidad para ilustrar con la sutileza necesaria los guiones de Moore hasta el punto de que su efímera etapa parece casi una parodia de todo lo anterior. Beckum, que más tarde se cambió el nombre artístico por el de Chuck Asten, trabajaría en series como “Uncanny X-Men” y “Action Comics” antes de verse expulsado de la industria por los comentarios de fans hartos de su mediocridad. Sus fallos en “Miracleman” son abundantes: personajes inexpresivos, una debilidad letal en una historia que pretende dotar de humanidad al género superheroico; su “Miracleperro”, en lugar de parecer un monstruo alienígena, se asemeja más a un saltamontes gigante; Evelyn Cream, cuando lo dibujaba Alan Davis, tenía personalidad y un físico algo fofo que contrastaba con su enorme autoconfianza. En cambio, Beckum lo dibujaba con rasgos angulosos y una mandíbula cuadrada, como si jamás hubiera visto la versión de Davis o fuera incapaz de dibujar nada que no pareciera una figurita de acción musculada. La violenta muerte de Cream, un personaje que despertaba cierta simpatía a pesar de ser un asesino, estaba pensada por Moore como un interesante montaje que incluía un falso primer plano, pero Beckum arruina el efecto haciendo que su cabeza decapitada parezca algo ridículo. Los dos siguientes capítulos verían cierta mejora gráfica gracias al añadido de más zonas negras, pero no deja de ser una decepción que precisamente el clímax de la historia, el trágico desenlace del enfrentamiento entre Miracleman y Gargunza, tenga un arte tan flojo. Afortunadamente, Beckum fue sustituido por el mucho más competente y apropiado al tono de la serie Rick Veitch.

Por lo demás, Moore orquesta un clímax violento hasta decir basta: Miracleman revienta cabezas y atraviesa cuerpos; y como Mike Moran pierde varios dedos arrancados por el Miracleperro antes de transformarlo de nuevo en un cachorro y reventarlo a pedradas. El propio Gargunza no aguanta ni cuatro páginas ante Miracleman antes de acabar reducido a un hueso calcinado. Es una escena larga e intensa pero que aparte de la mencionada violencia no aporta realmente nada diferente a lo que podría verse en un comic o una película de acción de la época. El héroe recobra sus poderes justo a tiempo, se abre camino a golpes hasta el villano y luego consigue su
venganza. Un final muy tradicional para una historia que aspiraba a mucho más. Por suerte, lo más interesante estaba aún por venir.

Debido a retrasos en la recepción de material, el número 8 de Eclipse no continuó con la historia de Moore sino que fue una simple reimpresión de material de los cincuenta dibujado por Mick Anglo y una historia corta –y supuestamente cómica- guionizada por la propia editora de la colección, Cat Yronwood y dibujada por Chuck Beckum, afortunadamente su última intervención en el personaje.

Y entonces llegó el número 9, en el que Moore y su nuevo artista para la serie, Rick Veitch (con quien ya venía colaborando en “La Cosa del Pantano”), se alejaron radicalmente de la acción y la fantasía del género superheroico para mostrarnos un auténtico milagro, el más común en la naturaleza: el nacimiento. El episodio, titulado “Escenas de la Natividad”, nos mostraba el nacimiento de la hija de Miracleman y Liz Moran, Winter. En lugar de hacer que el parto tuviera lugar fuera de cámara o insertar una elipsis, Moore y Veitch optaron por hacer algo que nunca antes se había visto en los comics: la representación gráfica y descarnada de un parto. Es una secuencia dramática de primeros
planos de la vagina de Liz dilatándose y dejando pasar la cabeza y luego el ensangrentado cuerpo de la niña. Una serie de imágenes que transmiten perfectamente el dolor y esfuerzo asociados al nacimiento y que cualquier padre o madre pueden reconocer.

Como era obligado, Eclipse hubo de enviar el correspondiente resumen del contenido de sus comics a las distribuidoras y tiendas especializadas. No pocos de ellos expresaron sus reparos acerca de la conveniencia de mostrar en un comic-book algo tan intenso. Esa actitud despertó las iras de la editora de Eclipse, Cat Yronwoode, que no podía creer que la representación de
uno de los acontecimientos más frecuentes de la naturaleza provocara semejante ansiedad. Y su reacción –tan inaudita como burlona y amarga- fue la de colocar en la portada del comic un aviso equivalente al que se ponía en las cajetillas de cigarrillos avisando de lo perjudicial de su consumo y que decía: “Atención Padres: este número contiene escenas gráficas de un parto”.

Moore y Veitch se molestaron en retratar la escena con toda la exactitud y honestidad posibles. Veitch se remitió al libro de fotografías “A Child is Born”, de Lennart Nilsson, que era frecuentemente citado por autoridades como la Asociación Médica Americana, o la revista “Parents”, que lo recomendaba como lectura para cualquiera interesado en los detalles del alumbramiento. El libro era incluso recomendado específicamente para aquellos niños curiosos que esperaran un hermano. Había estado reeditándose continuamente desde 1965 y vendido más de un millón de copias en diez años. Se podía encontrar fácilmente en cualquier librería y biblioteca pública de Estados Unidos.

El 19 de septiembre de 1986, el popular programa de la NBC “Today Show” mostró imágenes
de un parto y ese segmento fue precedido por un aviso virtualmente idéntico al que había aparecido un par de meses atrás en la portada de “Miracleman”. En 1986, por tanto, el público americano parecía estar ya preparado para ver un nacimiento en una televisión de gran audiencia, pero el de los comics era un universo diferente.

Mientras que algunos lectores escribieron cartas a Eclipse alabando la belleza y honestidad del trabajo de Moore y Veitch, otros calificaron al comic de desagradable e incluso explotador. Y luego estaban los distribuidores y libreros, muchos de los cuales vieron confirmados sus miedos cuando el comic cayó efectivamente en sus manos. Ken Kruger, el representante de Los Angeles de la distribuidora Bud Plant, informó a los libreros de que “Miracleman” nº 9 podía causarles problemas legales y que no debería venderse. En respuesta, la tienda Golden Apple Comics sólo vendía ese comic de tapadillo y bajo petición previa.

Steve Geppi, presidente de una de las distribuidoras más importantes del país, Diamond Comics Distributors, fue mucho más ácido en su crítica, afirmando en octubre de 1986 en un “Informe Especial” dirigido a sus clientes: “Miracleman fue la gota que colmó el vaso…Parece ser un caso clásico de mal criterio (por no mencionar el mal gusto) por parte del editor, el que justo encima del sello de advertencia sobre el contenido figure el eslogan que proclama “America´s nº 1 Super Hero” ¿Cuál es el propósito de esta atrocidad? Yo tengo cuatro hijos de edades comprendidas entre seis y quince años, y cada uno de ellos sabe de dónde vienen los niños. Nunca he encontrado necesario, sin embargo, describirles gráficamente cómo nace un bebé. Estoy seguro de que la mayoría si no todos los padres coincidirán conmigo en que no necesitan comic books para educar a sus hijos en estas materias.

Geppi aseguró que “Diamond ha sido inundada de cartas y llamadas telefónicas de libreros iracundos que exigían que se les devolviera el dinero. Otros distribuidores que asistieron a una conferencia en Las Vegas este mes dijeron que habían recibido la misma respuesta”. Decía luego que Diamond
devolvería el dinero a quienes lo reclamaran y luego le pasaría la factura a Eclipse. Yronwode, por su parte, negó que las ventas de Miracleman se hubieran visto afectadas por esta polémica. Geppi, además, defendió la necesidad de endurecer las normas de autocensura en la industria, una idea que tendría un importante impacto en DC comics al año siguiente.

Sea como fuere, Moore y Veitch alcanzaron con este episodio un nuevo grado de realismo en el género de superhéroes, mayor aún que lo que había podido leerse en los primeros episodios. Es un realismo impactante y profundo –narrado en un montaje paralelo al recorrido vital del propio Miracleman- aun cuando esa escena de nacimiento sea el de un ser cuasidivino ayudando a una humana a dar a luz a una niña que a los pocos segundos de nacer ya dice “mama”, para asombro y terror de padres y lectores.

El número 10 tuvo un retraso de nada menos que seis meses, un problema que sería endémico en la serie a partir de entonces. Se trata del final del Libro Dos de la colección, un episodio un tanto extraño que funciona en parte como epílogo al dramático nacimiento de Winter en el número anterior y en parte como prólogo del acto final que se narrará a partir del episodio siguiente.

La historia se desarrolla a tres niveles: la aparición de una pareja de extraterrestres, los Qys, presentados en el anterior episodio y que han venido a la Tierra a solucionar esa “transferencia” accidental de tecnología que se produjo cuando una de sus naves fue encontrada por Gargunza y el gobierno británico. Su intención es acabar con las cinco creaciones a las que ha dado vida dicha tecnología: Miracleman y su recién nacido bebé, Young Miracleman, Kid Miracleman, Miracledog…y Miraclewoman, de la que no sabíamos nada y que se presentará formalmente en el siguiente arco argumental. Por otra parte tenemos a Miracleman y Liz, cuya relación continúa deteriorándose y a cuyos problemas se añade la capacidad de manipulación mental de su hija Winter. Y, por último, la terrorífica lucha de Johnny Bates –a todas luces destinada a fracasar- por mantener a su horrible alter ego prisionero en su mente.

En su etapa americana, Miracleman pasó por un periodo irregular en mitad del Libro Dos, consecuencia de la abrupta cancelación de la serie en Warrior y luego su continuación en un formato y entorno diferentes, unos episodios más convencionales de lo que se esperaba y la intervención de un artista mediocre incapaz de transmitir la sutileza e intensidad de los guiones de Moore. Pero al menos Rick Veitch ayudó a concluir con nota alta este segundo arco del personaje gracias a su estilo visceral. Este fue también el segundo y último número dibujado por Veitch, que se marchó a encargarse del guión y dibujo de “La Cosa del Pantano” cuando Alan Moore abandonó DC.



(Continúa en la siguiente entrada)

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