10 oct 2016

2013-VELVET – Ed Brubaker y Steve Epting (1)



El del espionaje es un género que no ha pasado de moda a pesar del final de la Guerra Fría y las predicciones de los agoreros de turno, quienes tras la caída del Muro de Berlín auguraban una rápida decadencia y extinción de este tipo de historias. Pues bien, escritores como Ian Fleming, John Le Carré, Robert Ludlum o Frederick Forsyth siguen siendo populares y las novelas y películas del género han ido adaptándose a un nuevo mundo multipolar en el que las grandes corporaciones han pasado a ser peones de la geopolítica. El público sigue siendo sensible a la seducción de conocer secretos ocultos, penetrar las densas redes de engaños y mentiras, el flirteo con la muerte y los viajes y persecuciones por todo el mundo.



El espionaje es un género que ha dado al mundo literario autores superventas como los mencionados y al cinematográfico sagas tan exitosas como las de Jason Bourne, James Bond o Misión Imposible. En el mundo del comic resulta más difícil encontrar personajes de igual peso en lo que se refiere a popularidad. En cualquier caso, alguien dijo una vez que para mejorar la calidad de los comics norteamericanos, se necesitarían figuras equivalentes a las de Tom Clancy o John Grisham para la literatura: autores de género que escriban historias diferentes a las de los tradicionales superhéroes y que atraigan a una audiencia distinta y más madura. Ed Brubaker cumple esa función perfectamente y, de hecho, se ha convertido por méritos propios en un referente del comic de autor norteamericano, gracias a historias sólidas pobladas de personajes tremendamente carismáticos. Ha escrito superhéroes (“Catwoman”, “Capitán América”), pero por lo que ha alcanzado fama en los últimos años ha sido por sus magníficas series de género negro “Criminal” y “Fatale” y, más recientemente, una de espionaje, “Velvet”, que mezcla lo esperable en este tipo de historias con giros novedosos y enfoques poco habituales de los tópicos “bondianos”. Encontraremos automóviles con estilo, localizaciones exóticas, fiestas en lujosos entornos, conspiraciones, el tema del “falso culpable” en fuga, algo de sexo… pero su protagonista principal tiene poco de convencional y eso le da un enfoque nuevo a todo lo anterior.

El interés de Brubaker por las ficciones de espías no es sólo el propio de un aficionado, sino que su relación con el mismo también tiene un origen familiar: su tío trabajó en la CIA y su padre desempeñó un cargo relevante en la inteligencia naval durante las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, así que creció escuchando historias de operaciones secretas en Vietnam y sumergiéndose en los libros y películas que su padre le recomendaba como material fiel a la realidad.

A partir de 2004, colaboró con el dibujante Steve Epting en el relanzamiento de la colección del “Capitán América”, recuperando para la mitología del héroe el mundo del espionaje que tantos años había estado ausente del título gracias a sagas como “El Soldado de Invierno”, en la que se basó la segunda película del famoso superhéroe Marvel. Aunque lo que la mayoría de los lectores recuerda son los grandes giros argumentales –el regreso de Bucky, el asesinato del Capitán- eran las tramas e intrigas de espionaje las que impulsaban la historia y creaban magníficos momentos de suspense

Para “Velvet”, sin embargo, Brubaker prefirió evitar el enfoque más superheróico de “El Capitán
América” y ceñirse al realismo, ambientando la historia en la época de la Guerra Fría y eligiendo como protagonista a una espía que nadie es capaz de ver ni mucho menos atrapar; ni siquiera –y especialmente- sus propios colegas de profesión.

Es 1973. Velvet Templeton es la ya madura secretaria del director de una agencia de espionaje de élite británica, la ARC-7 (Allied Reconnaissance Commission), tan secreta que otros servicios de inteligencia ni siquiera saben de su existencia. Cuando uno de sus mejores agentes es asesinado en París, Velvet decide indagar por su cuenta. Su memoria fotográfica le facilita detectar las incoherencias de la investigación oficial, llegando a la conclusión de que esa muerte podría estar relacionada con algún alto cargo de la agencia, quizá un topo o un traidor. Antes de que pueda profundizar más, se encuentra con que ella misma es acusada de otro asesinato, lo que la obliga a escapar perseguida ahora por sus propios compañeros.

Para sorpresa de todos, Velvet resulta ser mucho más que una simple administrativa con más curiosidad de la que le convendría. Lejos de ser una especie de Moneypenny que bebe los vientos por el James Bond de turno tras su escritorio en el MI6, ella misma es una agente secreto de alto nivel que tiempo atrás decidió renunciar al trabajo de campo, pero que ha mantenido intactas sus cualidades físicas y mentales. Ahora, por su propia supervivencia, es el momento de ponerlas en acción para limpiar su nombre y sacar a la luz los trapos sucios de la agencia

Conforme progresa la historia, los secretos de unos y otros empiezan a aflorar y la acción se divide en dos. Por una parte, se narra cómo los investigadores de la ARC-7 tratan de encontrar y atrapar a Velvet, enterándose muy a su pesar de la inmensa dificultad de su misión, puesto que su presa les supera en planificación táctica, habilidad de combate y capacidad de mantener la serenidad incluso en los momentos de mayor tensión; y, por otra, las pesquisas de la propia Velvet para averiguar quiénes están implicados en un plan del que todavía no sabe la finalidad. Consternada, descubre que lo que había creído conocer durante años acerca de personas muy
cercanas a ella en el pasado, podría ser falso; que alguien la utilizó y engañó para que jugara el papel de peón involuntario en una complicada conspiración.

A Brubaker siempre le habían gustado los personajes femeninos que se movían en el mundo del espionaje, como Modesty Blaise o la Viuda Negra; también viejas películas como “Más peligrosas que los hombres” (1967), “Guapa, Intrépida y Espía” (1967), con Raquel Welch o “Diabolik” (1968). Durante algún tiempo, le dio vueltas a la posibilidad de recoger elementos de todas esas fuentes y combinarlos de una manera diferente a la habitual, pero no fue hasta que su compañero guionista Greg Rucka le animó a ver un episodio de la serie televisiva británica de espías “The Sandbaggers” (1978-80), que tuvo la revelación definitiva. En él, el director del MI6 buscaba una nueva secretaria y Brubaker se dio cuenta de que ese puesto requería manejar multitud de datos y asuntos y una aguda capacidad analítica que permitiera discriminar lo que es importante de lo que no. Como mano derecha del director, es uno de los trabajos más importantes de cualquier agencia de inteligencia y, sin embargo, las películas y novelas de espionaje tienden a menospreciarlo o, directamente, ignorarlo. Es una actitud que en esas ficciones se extiende a las mujeres en general, encasillándolas en
papeles de secretarias, chicas Bond meramente ornamentales o eróticas villanas. Brubaker se dio cuenta de que si se eliminaba el tradicional machismo del género, allí había un filón por explotar.

Brubaker investigó las biografías de varias espías femeninas de la Segunda Guerra Mundial, y se encontró que dejar el mundo de la inteligencia secreta tras el conflicto supuso para ellas una experiencia particularmente difícil, porque regresar a la vida “normal” significaba también someterse a las limitaciones sociales y profesionales que pesaban entonces sobre su sexo. Se fijó por ejemplo en el caso de las mujeres, muchas de ellas matemáticos brillantes, que trabajaron en Bletchley Park, el centro de inteligencia británico especializado en descifrar los códigos de comunicaciones alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando ésta finalizó, esas mujeres no lo tuvieron fácil a la hora de reintegrarse a la vida civil como simples amas de casa. Querían emoción; querían recuperar esa parte de sus vidas. Su trabajo fue esencial para ganar la guerra, pero no se lo podían contar a nadie porque toda la operación permaneció secreta muchos años después de terminado el conflicto.

Así, Velvet habría sido una espía de élite durante los cincuenta y sesenta, pero eso el lector no lo
sabe al comenzar la serie en la década de los setenta –periodo, no es casualidad, en el que el movimiento feminista alcanzó su cénit-. De hecho, ni siquiera sus compañeros están al tanto de su turbulento pasado y sólo el director conoce la verdadera historia de su secretaria y las razones que le llevaron a abandonar el trabajo de campo. Velvet ha sobrepasado los cuarenta años y no tiene familia, lo que la convierte en la antítesis del típico espía masculino de ficción cuyas peripecias van orientadas a un público del mismo género.

No sólo la elección del sexo del personaje central resultó poco usual en “Velvet”; también su edad es fundamental para la historia: ayudó a consolidarla como una persona madura, experimentada y segura de sí misma, en lugar de recurrir al tópico de la joven y vulnerable mujer en peligro. Pero en su profesión, la experiencia viene de la mano de recuerdos dolorosos de pérdida y traición, por lo que tener una memoria fotográfica, como es el caso de Velvet, es tanto una ventaja como una maldición. El personaje cobra así profundidad y misterio en virtud del largo y pleno pasado con el que carga.

Sin embargo, cuando inicialmente Brubaker preparó y presentó el proyecto como un piloto para una serie de televisión, la edad de Velvet resultó ser un tema más problemático de lo que esperaba. Los productores querían una muchacha de veinticinco años y que se presentara como aprendiz de un experimentado y atractivo agente secreto masculino. No les interesaba un personaje maduro y experimentado en su campo. En Hollywood, las actrices de más de cuarenta no tenían ninguna posibilidad de acceder a papeles de acción; sus únicas alternativas eran las de “madres” o “esposas amargadas”.

Tras una temporada trabajando en el mundo de la televisión, Brubaker regresó a los comics, un medio en el que, según afirmó, disfrutaba de “la alegría de no recibir notas de gente que no sabe nada de ningún tema”. Pero esta vez, en lugar de retomar su relación en exclusiva con Marvel, prefirió seguir el camino ya emprendido con éxito por otros profesionales del medio como Bryan Hitch, Mark Millar, Michael Lark, Greg Rucka, Brian K. Vaughan o Matt Fraction y se decantó a favor de Image, editorial que le permitía conservar sus derechos de autor y disfrutar de mayor libertad creativa. Pero esta era una elección que también tenía sus riesgos. Por ejemplo, ya no podía confiar en el tirón que el personaje Marvel o DC de
turno tuviera entre los lectores y que aseguraba un volumen mínimo de ventas. Los resultados de una nueva serie con personaje desconocido eran inciertos. Además, los autores no perciben sus ingresos hasta que los comics se venden en las tiendas, a diferencia de las grandes editoriales, donde al menos una parte de su remuneración se fija por contrato. Para que esa transición le resultara más sencilla, reclutó al editor David Brothers, con quien ya había trabajado en Marvel, para que le supervisara en Image. Los resultados no han podido ser más satisfactorios. Brubaker recibe más dinero y tiene más libertad, y sus comics han conseguido una gran acogida no sólo entre los críticos –quienes le han otorgado algunos de los premios más prestigiosos del medio- sino entre los lectores, entre cuyas filas han pasado a figurar personas que antes no leían comics por considerarlos totalmente invadidos por los superhéroes.

Así, tras crear para Image junto al dibujante Sean Phillips la serie negra “Fatale”, pensó en recuperar a su antigua espía “Velvet”, tanto tiempo demorada. Ya en 2007 había presentado el concepto a Epting y habían acordado desarrollarlo juntos, pero el dibujante no tenía muy claro el abandonar la relativa seguridad de Marvel por la aventura de las editoriales independientes. La insistencia de Brubaker y el éxito que cosechó “Fatale” le convenció para dar el paso. El primer número de “Velvet” apareció en octubre de 2013. Para entonces el concepto se había ampliado des ser un simple giro novedoso a las historias de espías tradicionales a algo de dimensiones más épicas, pero las ideas centrales habían permanecido inalteradas.



(Finaliza en la siguiente entrada)

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