20 mar 2016

1981- BOB FISH – Yves Chaland



Yves Chaland nació en Lyon en 1957 y pasó su infancia fascinado por las historietas que leía en la revista “Spirou”. Tras estudiar en la Academia de Bellas Artes de Saint-Etienne y participar en un fanzine, empezó a publicar en la prestigiosa “Metal Húrlant”. Aunque esta revista fundada por Moebius, Dionnet y Druillet en 1975 había estado en sus inicios centrada exclusivamente en la ciencia ficción, acabó abriendo sus puertas a todos los géneros. En sus páginas, el comic francés experimentó una auténtica renovación gracias a talentos como Frank Margerin, Serge Clerc, Ted Benoit, Jacques Tardi, F´murr, Enki Bilal o François Schuiten por nombrar solo un puñado.

Yves Chaland, como Joost Swarte, Floc´h o Ted Benoit, trasladaba a sus páginas toda su admiración por los maestros del comic belga. Recogió sus elementos más atemporales y les dio un aspecto moderno y fresco, demostrando que aquellos autores de la vieja escuela no eran simplemente material nostálgico y que sus obras y estilo habían aguantado perfectamente bien el paso del tiempo.



Mientras que Swarte y Benoit modernizaron el estilo de Hergé, y Floc´h hizo lo propio con Jacobs, Chaland tomó como referentes maestros de la Escuela de Marcinelle, como Franquin y Tilleux. Así, sus primeros trabajos en “Metal Hurlant” –en colaboración con Luc Cornillon, un amigo de la Escuela de Arte- fueron pastiches de comics belgas y publicidad falsa de los cincuenta, para pasar luego en “Bob Fish” a homenajear el género de serie negra americana depurado por el filtro gráfico de la escuela belga.

Cuando el hijo de un rico hombre de negocios es secuestrado, el potentado contrata al detective privado Bob Fish para encontrarlo. Auténtico tipo duro, de aspecto y actitud varoniles, Fish no tiene reparos en utilizar métodos poco “convencionales” para conseguir confesiones o hacer justicia. Su investigación se cruza con Albert, un chaval bruselense fanático seguidor de las revistas pulp y que ha iniciado sus propias pesquisas para encontrar al niño raptado.

Puede que éste fuera un trabajo primerizo, pero no se nota en absoluto. De hecho, es la primera obra verdaderamente importante de Chaland antes de crear a su héroe más famoso, Freddy Lombard. En este comic posmoderno y desconcertante, Chaland deconstruye no sólo el género negro hardboiled y la literatura pulp de los años cuarenta y cincuenta, sino la relación conceptual y gráfica que hasta el momento se había asociado a la línea clara.

Así, en primer lugar, rinde cumplido homenaje al estilo y arquetipos de la literatura popular norteamericana, pero al mismo tiempo los lleva sin pudor hasta sus últimas consecuencias (racismo, violencia, xenofobia), lo que le sitúa también en el campo de la parodia. Una parodia que, aunque cruel y teñida de humor negro, no está construida a base de humor burdo o chistes poco sutiles, sino desde la elegancia y el respeto por lo clásico.

Chaland subvierte también las concepciones que entonces se tenían sobre la línea clara, un estilo
gráfico popularizado por Hergé, continuado por sus seguidores y modificado por otros grandes de la escuela belga. Muchas de las obras maestras realizadas bajo ese paraguas estético, desde Tintín a los Pitufos, de Spirou a Blake y Mortimer, eran aventuras de corte clásico, magníficamente realizadas pero remisas –por no decir refractarias- a mostrar escenas potencialmente polémicas (sexo, violencia, reflexiones políticas…). No solamente los editores no habrían admitido tal cosa en semanarios que, al fin y al cabo, estaban dirigidos a un público infantil-juvenil, sino que los propios autores se hubieran sentido incómodos abordando enfoques más adultos.

Pero Chaland pertenecía a otra generación y aunque había bebido de los clásicos, también era partícipe de la revolución estética y conceptual que transformó el comic francobelga desde finales de los sesenta. No tenía ningún problema en utilizar su elegante línea clara para incluir en sus historias cosas que a sus maestros ni se les hubieran pasado por la cabeza: mujeres en insinuante ropa interior, chicos que torturan a otros por racismo, homicidios infantiles, torturas y asesinatos a sangre fría… El protagonista adulto, Bob Fish, está lejos de ser una figura heroica: se aprovecha de la trágica situación en su propio beneficio, no muestra la menor compasión por las víctimas, sólo resuelve el caso gracias al testimonio de un niño y la tortura de un secuaz y, para colmo, se toma la justicia
por su mano. Y Albert, su no solicitado aliado infantil –y que más tarde protagonizaría su propia serie de aventuras- es cretino, mitómano, cobarde, maleducado, avaricioso y racista… es decir, todo lo contrario de la visión amable de la infancia que propugnaban series de las revistas “Spirou” o “Tintín” como “Isabelle”, “Bill y Bolita” o “Sofía”.

Chaland sazona la trama con referencias a temas y figuras comunes de la literatura popular de la primera mitad del siglo XX (como la obsesión por el peligro amarillo, los científicos locos, las fórmulas químicas maravillosas, las organizaciones secretas, la secretaria-ayudante atractiva pero corta de luces, la caricaturización de los negros), a los grandes del comic americano (la secuencia onírica en el más puro estilo “Little Nemo”, la persecución por las azoteas inspirada en “Spirit”) e iconos de la América de los cincuenta (el millonario maniaco a lo Howard Hughes, los automóviles) ... Todo integrado en la trama y dibujado con un perfecto equilibrio entre la profusión de detalles y la claridad narrativa.

Y es que Chaland era un perfeccionista. Si la página no quedaba a su entera satisfacción, cogía
otra hoja de papel, la regla y el lápiz y volvía a dibujarla otra vez hasta que reflejara exactamente lo que él quería, incluso aunque las diferencias entre una y otra versiones fueran mínimas. Su amor por el detalle y la fiel recreación de la época le llevaba a rebuscar en tiendas de lance viejos ejemplares de revistas belgas que le sirvieran como referencias gráficas a la hora de recrear una época. En la primera página del álbum, por ejemplo, aparece un policía vestido exactamente igual a como lo hacían los agentes de la ley bruselenses de los años treinta.

Ese interés por el pasado lo convertía, de algún modo, en un hombre fuera de su tiempo que hubiera preferido vivir en la década de los cincuenta. Le fascinaba el espíritu –un tanto idealizado, eso sí- de aquella época, en la que aún se podía respirar el optimismo respecto al potencial de la ciencia para construir un mundo nuevo. Mientras que hoy el futuro se ve como una amenaza, entonces aún se interpretaba como un desafío. Chaland incluso gustaba de vestir a la antigua, probablemente también gracias a la influencia de su novia y después esposa, Isabelle, relacionada con la industria de la moda.

Chaland trabajó durante algún tiempo en un segundo álbum, elaborando diferentes versiones del guión e incluso colaborando con Yann al respecto, pero acabó centrándose en su personaje más popular, Freddy Lombard. En 1990, a la temprana edad de 33 años, murió en un accidente de coche, pero para entonces su mezcla de clasicismo y posmodernidad, de adaptación de los antiguos parámetros estéticos del comic belga al gusto y sensibilidad contemporáneos, ya había marcado a toda una generación de aficionados y autores europeos. “Bob Fish”, aunque no es su obra más conocida, demuestra bien el por qué.

Una pequeña joya para los amantes del género negro clásico que no tengan miedo a ver rotos sus esquemas; y, desde luego, para gourmets del comic europeo indiferentes a los políticamente correcto.



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